Por Richard Casanova / @richcasanova
Desde los tiempos del deslave en Vargas, el gobierno ha insistido en una estrategia que muy bien resumió el insepulto luego de aquel pavoroso incendio en la Refinería de Amuay: el show debe continuar. Hoy resulta demasiado obvio que el gobierno intenta mantenernos hablando de temas políticos, de la frontera colombiana, de la injusta prisión de Leopoldo López o de la jueza Susana Barreiros, en vez de tener al país hablando de escasez, inflación o inseguridad. Así las cosas, uno podría pensar que esa estrategia ha sido exitosa pues la agenda social y económica ha sido desplazada de la primera plana de los medios. Y no es que en la MUD sean tontos como para pisar el peine, es que son temas sensibles que impactan a la opinión pública y en muchos casos, es imposible eludirlos. En todo caso, advertimos dos cosas: 1) Este "éxito" no necesariamente supone una victoria electoral, es necesario ver el balance pues toda estrategia tiene ganancias y costos políticos. Y 2) Diría el célebre Yogüi Berra, el juego no se termina hasta que se acaba.
En efecto, la estrategia del "show continuado" puede que logre maquillar la realidad y distraer momentáneamente la atención pero también coloca al gobierno muy lejos de las necesidades y expectativas de la población. ¿Qué preocupa más a una madre: lo que diga Santos y le responda Maduro; o conseguir leche para sus hijos o la medicina del abuelo? Alguien que pierde un ser querido a manos del hampa o muere de merma en un hospital público ¿estará angustiado porque Leopoldo López está preso? Ese taxista que no consigue la batería, ni le alcanza el dinero para comprar cauchos ¿tendrá entre sus prioridades la corrupción del Poder Judicial? Sin restar importancia a ningún tema, hay una realidad inmediata que -a todo evento- es abrumadora y pese al show continuado, tiene un efecto devastador e indignante, además de una expresión electoral. Dependiendo de cómo se "facture", tal expresión será la abstención o el voto castigo. El gobierno lógicamente apuesta a la primera opción: que el hastío y la desesperanza se combinen con operaciones políticas divisionistas y clientelares, no para ellos ganar las elecciones sino para evitar una victoria opositora, lo cual es muy distinto.
Sin embargo, el "trapo rojo" se destiñe cuando el tiempo transcurre sin que haya solución a los problemas reales y de pronto, la tragedia se hace cotidiana. Cada minuto, cada día el gobierno se distancia más de los anhelos y del sentimiento popular. Sin querer, han evidenciado que la escasez no es una consecuencia del contrabando pues los anaqueles siguen vacíos luego del cierre de la frontera. Y subestiman a los venezolanos –especialmente a los pobres- pensando que la importación masiva de productos y su lanzamiento a la calle en los días previos a las elecciones les garantizarán la victoria. En otro momento eso funcionó porque -nos guste o no- había un liderazgo con credibilidad en vastos sectores y éste era capaz de generar confianza e insuflar esperanzas. Ahora es otra la realidad: Maduro no es Chávez y muy pocos creen que este gobierno sea capaz de superar la honda crisis social y económica de hoy, principal legado del insepulto. Claro, tampoco es para quedarse tranquilo, recuerden que “el juego no se termina hasta que se acaba” y que todos somos protagonistas del cambio, es hora de activarse para multiplicar el mensaje, movilizar y luego defender el voto.
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