Por Richard Casanova / @richcasanova
"Mambrú se fue a la guerra" es la versión española de una popular canción infantil francesa (Marlbrough s'en va-t-en guerre). En España, lógicamente sustituyeron ese extraño nombre por un vocablo más fácil de pronunciar: Mambrú. La canción fue compuesta luego de la Batalla de Malplaquet durante la Guerra de Sucesión Española, los franceses -aun habiendo perdido- se sentían victoriosos al suponer muerto en batalla a su enconado enemigo el Duque de Marlborough, a quien le dedican esta canción en tono burlesco.
Después de 225 años de aquel episodio, la canción sigue utilizándose para dormir niños y para burlarse de tiranos y gobernantes irresponsables que ven en la guerra un perverso juego para justificar sus fracasos e imponer sus ambiciones desmedidas de poder. Bastante le cantaron esa canción a Hugo Chávez, quien mucho antes del 4F comenzó sus juegos de guerra, hasta el final de sus días. De hecho, lo más ostensible de su legado es el militarismo como modelo para ejercer el poder, algo que los cubanos han sabido manipular para preservar su influencia y mantener a raya al poder civil. También ha sido aprovechado por una cúpula militar corrupta que se ha enriquecido a la sombra del Estado y participando en negocios de dudosa factura.
Sin duda, han intentado implantar una cultura belicista donde cualquier cosa -así sea una necedad- es para el gobierno una "gran batalla" y todos sus fracasos son consecuencia de la "guerra" económica o política que le ha declarado el imperio, la oligarquía o la oposición apátrida. Por supuesto, después de 15 años en una permanente "gran batalla" y siendo evidente los magros resultados, es justo suponer que el gobierno las ha perdido. Una duda razonable debe surgir en el chavismo: ¿Si la revolución tiene en un puño todos los poderes, como pierde las batallas ante una escuálida oposición? La respuesta explica que hoy se sientan defraudados. Tanto hablar de guerra que la han banalizado, aun así pretenden sembrar angustia en la población con movilización de tropas en la frontera y ejercicios militares por aquí y por allá. Es parte del juego de Nicolás Maduro para generar un conflicto interno pero será inútil, pocos le creen. Sin embargo, subyace una preocupación por el futuro que ofrece un presidente insensato que pretende dividir a los venezolanos y desconoce los riesgos de cualquier conflicto interno.
En España se perdieron 200.000 vidas en una guerra fratricida entre 1936 y 1939. La guerra civil en Centroamérica dejó en el camino 300 mil muertos, un millón de refugiados y 100.000 huérfanos. Necesitamos un gobierno que ofrezca un futuro a las próximas generaciones y que recuerde a cada instante el drama de los 11.000 niños soldados que -en algún momento- registró Human Rigth Watch como combatientes en el conflicto interno de Colombia, cuya profundidad y crudeza es tal que ni la magistral pluma de García Márquez pudo recoger en su real dimensión. En definitiva, hasta hace poco el juego de la guerra era motivo de burla pero ahora es motivo de preocupación y más que eso, es una razón para impulsar un cambio en Venezuela y derrotar al militarismo, a esa cultura de la violencia que distingue al gobierno más inepto y corrupto de nuestra historia. Es hora de dar la espalda a los promotores de la guerra y tender la mano a quienes prometen unir a los venezolanos para promover la paz y el progreso. ¡Ese es el cambio!
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