Con aportes propios y ayuda de otros, Roberto Patiño llega a los barrios venezolanos con comedores gratuitos
Roberto Patiño, es un joven venezolano con formación en Harvard, que
ha establecido unos 100 comedores gratuitos en toda Venezuela en los últimos
tres años para alimentar a niños que podrían morir de hambre. En Carucieña, un
barrio de Barquisimeto hay uno en el que almuerzan 50 niños de lunes a viernes.
Patiño ha trabajado en comunidades venezolanas empobrecidas durante
más de 10 años, en función de la reducción de la violencia y el voto de los
jóvenes. Cuanto más veía, especialmente cuando jugaba un papel importante en
una campaña de oposición política en 2012, más quería ayudar. Eso es lo que lo
llevó a seguir estudios relacionados en Harvard.
"Nada es más injusto que un niño que no puede comer", dice
Patiño.
Primero tuvo la idea de proporcionar sustento a las personas pobres a
principios de 2016, cuando él y sus compañeros se encontraban en El Polvorín,
en Caracas. Como parte de las actividades para unir a la comunidad, mostraron
una película a los niños.
En un momento, una joven llamada Fabiola se acercó a Patiño. Ella
agarró sus pantalones y le hizo una simple pregunta: “¿Tienes algo para comer? Tengo
hambre."
Patiño se enteró de que la mayoría de los niños de las zonas pobres de
la ciudad no iban a la escuela porque sus padres los dejaban dormir hasta el
mediodía para que no tuvieran que alimentarlos. Los que sí iban a clase a
menudo se desmayaban de hambre.
Lanzó un pequeño proyecto humanitario en el barrio pobre de Caracas
llamado La Vega. Este era el plan: Él proveería la comida mientras que los
residentes proporcionaban el espacio para el proyecto, gas para cocinar y
voluntarios para hacer el trabajo.
Tres años después, Patiño está alimentando a casi nueve mil niños en
toda Venezuela en un momento de profunda crisis política y económica para el
país.
Uno de los comedores está en Carapita, un barrio pobre de Caracas que
ha sufrido mucha violencia. El restaurante, que se alza sobre una colina, está
dirigido por Yusbel Castro, quien lo abrió su propia casa.
Castro, con un pequeño equipo de otras mujeres, cocina para 110 niños.
Los jóvenes se turnan, usando dos mesas tambaleantes, reciben cinco comidas a
la semana. Un día, recientemente, los niños comían carne molida, arroz,
batatas, plátanos, zanahorias y ensalada de remolacha.
La campaña de Patiño para ayudar a otros lo convierte en un recaudador
de fondos efectivo. Genera los ingresos para financiar su proyecto a partir de
tres fuentes: donaciones de organizaciones benéficas, contribuciones de la
diáspora venezolana y dinero proveniente de una empresa social: sus voluntarios
venden almuerzos a empresas y clientes individuales.
“Solíamos gastar mensualmente 4 dólares en un niño.
Desafortunadamente, debido a la hiperinflación, ahora es de 12 dólares",
dice. A pesar de eso, asegura que el programa pronto alimentará a 10 mil niños.
“A diferencia del chavismo, que está chantajeando a la población por
razones políticas, no discriminamos. Nuestro único criterio es un niño
necesitado", dice Patiño, aludiendo a la distribución estatal de alimentos
del sistema CLAP que busca favorecer a quienes se afilian a las líneas de Maduro.
A veces Patiño choca con los programas sociales gubernamentales. La
señora Castro afirma que los partidarios del gobierno le dijeron que cerrara el
restaurante en su casa. Ella se negó y junto con sus vecinos defendió con éxito
la cocina.
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